El masaje puede definirse como cualquier forma sistemática de contacto que nos haga sentir mejor o mejore la salud. No es algo meramente físico, sino que posee importantes efectos psicológicos.
Un buen masaje influye sobre todos los niveles del individuo. Físicamente las ventajas consisten en la relajación y tonificación de los músculos; el masaje favorece también el riego sanguíneo, hace aumentar el nivel de hemoglobina, favoreciendo la circulación linfática, y hace más elásticas las articulaciones.
A nivel mental, el masaje no sólo mitiga el estrés y la ansiedad, sino que además ayuda a adquirir una mayor conciencia del cuerpo en su integridad, de las partes con las que se está en contacto y de aquellas que están «aisladas» del resto. Una vez que se sabe en qué lugares está obstruida la energía ya es posible empezar a intentar integrar todo el cuerpo y al desarrollar una imagen más positiva de uno mismo, responsabilizarse de la propia salud y felicidad. Un buen masaje genera sentimientos de bienestar, de confianza y de euforia. También puede liberar gran cantidad de energía que se consumía antes a causa de la tensión, transformar hábitos crónicos de acción y reacción y producir un profundo cambio en las posturas físicas adoptadas y en la expresión facial. El aspecto emocional del masaje es fundamental.
A nivel espiritual, las ventajas del masaje son más difíciles de explicar, pues hablamos de algo indefinible: la esencia de la «fuerza vital», el todo que es algo más que la suma de sus partes.
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